Serie: Amor incondicional, episodio II

  • 11 febrero, 2022
  • Redacción
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A veces pienso que soy un personaje que no reconoce la primacía de la trama, aunque sea mi historia la que se cuente. Cuando reviso mis fotografías retratado en una tarde de domingo sentado en el sector popular del Estadio Nacional pienso que fui un hombre feliz. Quizás esta historia sea diferente: el hilo conductor conduce a la nostalgia, no a la tristeza existe una distancia entre las dos.

Salimos de Tegucigalpa como era habitual. Los muchachos nos reunimos en la entrañable “Huaca”, nuestro histórico punto de reunión (que estoy seguro tendré algunas palabras más adelante para dedicar un episodio completo a lo que representa ese sitio para nosotros). El destino era San Pedro Sula.

  • ¿El norte es el sueño de todos los viajeros?, me pregunté.

Vestía la camisa de mi amado Olimpia. Mi camisa de rigor, mi cábala, la piel de mi amado León. A lo lejos se divisaba Comayagüela, como un perfil quebrado traslúcido, como un extraño espejismo. Salimos 10 buses; algunas peñas estaban recién fundadas como Villeros, Fumancheros y Caos. Estas peñas buscarían la forma de viajar juntos, pero otras llevarían su propio bus, como Santa Fe, San Miguel.

Era un viaje especial para la época: llevar diez buses no era poca cosa. Había un un bus más, el 11, que estaba lleno de aficionados que no estaban organizados como barra, todos cantando como ese carnaval que nos representa, pero ese viaje tenía una extraña pesadez: enfrentamos al vecino, no como es habitual en nuestra capital.

Esa tarde el estadio Olímpico sampedrano se vestía de gala, nosotros representamos la festividad, la algarabía, la alegría del pueblo.

La directiva sabía que en la costa los azules no contaban con tanta simpatía como la que históricamente ha tenido Olimpia. El estadio estaba completamente de blanco a excepción de algunos 3,000 hinchas visitantes en medio de los 30,000 blancos.

La hinchada tenía un corazón nuevo: el bombo gigante se acababa de estrenar en septiembre de ese año, por lo que fue el primer viaje que hizo a San Pedro Sula, su primera final.

Era una emoción sin igual. Tener a elegantísimo señor en medio del grito popular y que todos bailáramos a su alrededor es una sensación que para muchos hinchas de la costa; se vivió con muchísima intensidad.

Para nosotros, los encargados de la fiesta, se prestaba todo para cerrar el campeonato. La gente de Olimpia se apoderó de la carretera, los carros y buses pintaban todo de blanco, desde el bulevar Fuerzas Armadas hasta la 33 Calle.

Nada podía salir mal. El equipo anotó el primero y la grada del Olímpico sufrió un impacto fuerte, el temblor se sintió tras ese gol, pero llegó el minuto treinta y cinco y un zurdazo de Víctor “Muma” Bernárdez quebró nuestras ilusiones; luego llegaría el gol del brasileño Jocimar. Minutos después “Guicho” Gúzman sentenció el partido.

De nuestra garganta el “soy del albo, soy (…)” no dejó de salir porque primero es el orgullo. Esta historia no trata de perdedores. Esa noche, a lo lejos el canto incansable de los más fieles no claudicaba. Quizás nos mirábamos como dos soldados que perdían la misma guerra, sabiendo que levantaríamos cabeza y que San Pedro Sula representaría nuestras mayores conquistas. Y la historia siempre se empareja con la senda de los ganadores.

Hay días que son como una pequeña raya en el pelaje de un viejo león. Así regresamos a Tegucigalpa con la convicción de que en cualquier trinchera levantaríamos la copa; no les puedo mentir: saliendo del Olímpico la bravura era tal que si se daba la oportunidad de buscar pelea se iba a dar, pero Sergio (de quien más adelante les hablaré) no lo permitió;

“El Burro”, como comúnmente se le conoce, entendió que no era momento de salir a buscarlos, sería mentir decirles que la gente solo agachó la cabeza ante las órdenes del líder. Al final subimos a los buses y no pasó a más; los buses del sur del país y la zona centro salieron junto a los nuestros.

Al final nunca se supo realmente cuántos buses se movilizaron, pero quedará en nuestros recuerdos como el primer viaje multitudinario en el ámbito barra del país. A partir de ahí se nos hizo costumbre eso de la movilización en masas por todas las carreteras del país porque desde 1990 a lo sumo se levantaban 10 buses entre todo el territorio nacional.

Solo nos quedamos con las sensaciones de que nuestro cántico sonó más fuerte que su propio título. Cerramos la noche cantando “Jamás, jamás, jamás tendrán la hinchada que tienen los leones, la hinchada Ultra Fiel”.

Posdata: hoy solo quise buscar palabras que expliquen desde dónde se levantan los triunfadores. Para ellos esto sigue siendo lo más importante en sus medianas historias, para nosotros solo un párrafo diminuto para recordar que para ser el más grande, los demás deben de enfocarse en vencerte.

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